La crónica que más me gusta de Lemebel es una en la que camina de noche y lo persigue un chonguito con pinta de chorro. Cuando lo alcanza y lo está por afanar le escucha la voz y le dice tú eres el de la radio, te escuchábamos en la cárcel.
Es hermosa, está en De perlas y cicatrices. Lemebel es el último escritor popular, no se me ocurre uno vivo que ocupe ese puesto.
Si no hubiera escrito ese Manifiesto, su obra maestra, que me re cojió cuando tenía 16 años, todos seríamos más estúpidos.
Fue un escritor positivo, ni siquiera un escritor, fue una fuerza positiva en el mundo. Si fue bueno como escritor es porque fue bueno como persona primero, y siempre debería ser así. La escritura es el resto que un hombre va dejando. Siempre que un escritor me gusta me parece que es una buena persona.
Me acuerdo ahora de que anoche pensé en Burroughs, en un momento en que venía de un rato largo sin tener lenguaje. Me acordaba de esa teoría suya de que el lenguaje es un virus que viene de afuera del planeta. Me daba cuenta de que Burroughs estuvo en ese estado en que yo estaba, sin lenguaje y a punto de ser atacado de nuevo por el lenguaje. Y pensé que nunca fue, como escritor, de mis favoritos. Ningún libro suyo está en mi top 100. Pero él, como todos los que toman plantas, como todos los que están desesperados buscando verdades, y como todos los adictos inteligentes, es como un hermano para mí. Y por suerte su vida tuvo ese resto que fueron sus libritos, porque así lo conocí, y es hermoso conocer un hermano.
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