martes, 10 de febrero de 2015

Cuando leo algo que me pone intensamente triste creo que tengo dos opciones: una es jugar con esa tristeza, mirarla como desde distintos lugares, escribirla o contarla, capitalizarla, intentar convertirla en otra cosa.
La segunda es quedarme quieto y hacerme uno con ella. Dejarla ahí, actuar con ella como actúa la montaña con la nube que pasa. Hacer silencio y dejarla hacerme lo que quiera, vaciarme de mi energía propia y mirar. Siento que así mi ego no se interpone, no hay voluntad, y lo que esa tristeza genere (porque toda energía genera energía si uno hace lo que tiene que hacer para que no se disipe) es impredecible, y la metabolización es lenta, dolorosa, difícil. Pero con el tiempo uno se vuelve mejor. Y sufre el dolor cada vez menos.
A veces soy un adicto a las emociones y me la paso jugando con ellas. A veces me las tomo en serio, y no sé bien qué pasa, pero lo siento más productivo, a la larga.

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