Dimos vueltas por Maimará, un pueblito que es una depresión, casi sin hablar. Es difícil decir frases con más de diez palabras, uno se queda sin aire.
Subimos a la ruta y el colectivo, que puede tardar una hora y media en llegar, pasó en seguida y nos paró con tan solo un estiramiento del brazo derecho. Qué poder.
Estoy muerto de sueño y el colectivo es muy incómodo.
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